viernes, 13 de octubre de 2017

Comunión, obediencia, rebeldía

Comunión, obediencia, rebeldía


Eduardo de la Serna



Una mirada distraída, y acaso superficial, cuando no desinformada o “de afuera”, hace ver a los curas opp como críticos, o como casi salidos de “la Iglesia”. Más de una vez hemos hablado, escrito o reflexionado sobre el tema. Acá solo pretendo dar un paso más.

Son hasta simpáticas algunas preguntas de amigos o incluso de adversarios: “¿los obispos no les dicen nada?”, “¿qué hacés todavía en la Iglesia?”, o hasta como me dijo en broma una amiga: “fundá tu propia Iglesia y yo te acompaño…” A modo de analogía me permito un paralelo que puede ser ilustrativo. En los momentos críticos es frecuente la pregunta a Dios: “¿dónde estás?”; interpelación que es diametralmente opuesta a la pregunta “¿dónde está?”. Y digo “diametralmente opuesta” porque una se dirige a Dios, la otra lo niega, una es dicha desde “adentro” y la otra desde “afuera” (dentro o fuera de la fe, en este caso).

El fuera o dentro de la Iglesia no puede mirarse (lamentablemente la mayoría de los medios periodísticos así lo hace, quizás con pereza mental de no tratar de entrar un poco en el “objeto” que comenta) como una suerte de club o de milicia cuya pertenencia o no está dada por el pago de la cuota o la obediencia vertical de la superioridad. Una vez más es necesario señalar que “el dueño / jefe de la Iglesia no es el obispo / Papa sino el Espíritu Santo”, o Cristo-cabeza, al decir de Agustín, o el Dios Trinidad, “verdadera y perfecta comunidad”. Quien no crea esto ciertamente mira desde fuera (aunque fuera obispo, quiero aclarar). Bien podemos señalar que antes que “vertical” la Iglesia es “circular” y en ese sentido es absolutamente sensata la idea de Leonardo Boff de que las Comunidades Eclesiales de Base “reinventan la Iglesia”. Convengamos que, a lo largo de la historia, por decenas de motivaciones, sensatas unas, erróneas otras, la verticalidad pareció una característica de la Iglesia católica romana. Pero la gran característica en la Iglesia no ha de ser la “obediencia” sino la “comunión”. De comunidad se trata la Iglesia si quiere serlo.

Desde los orígenes, por ejemplo, San Pablo utilizó – quizás tomando la imagen de los filósofos estoicos – la metáfora del cuerpo. La característica, dice él, es que cada miembro tiene un servicio que prestar al cuerpo, no que sean todos iguales, porque “si todo el cuerpo fuera” un mismo miembro no habría oído, o boca, o… (1 Cor 12,17). La comunión pone a todos los miembros en función del cuerpo, pero sin dejar de ser cada uno lo que debiera. La teología de la Santísima Trinidad (recuperada teológicamente para la Iglesia romana con el Concilio Vaticano II) destaca que la unidad divina en nada anula lo propio de cada una de las personas y el Padre, el Hijo y el Espíritu tienen sus “propios” que los caracterizan, hasta el punto que algunos Padres de la Iglesia dirán que el Espíritu Santo no “redime” por cuanto no se ha encarnado (San Agustín, de agone christ. 22-24) partiendo del clásico dicho patrístico de que “lo que no es asumido, no es redimido” (san Gregorio nacianceno, Epístola 101). Valga esta presentación para señalar que la “uniformidad” no es lo que conviene a una comunidad.

Por cierto, que la no uniformidad no garantiza la comunión / comunidad; hace falta un criterio de unidad para que esta sea “común” (común-unidad). Y este criterio es el Evangelio, el proyecto / sueño / utopía de Jesús (= el reino de Dios). Un evangelio que, al decir del mismo Jesús, vino para anunciarse a los pobres (Lc 4,18; Mt 11,5).

Acá radica otro problema para ciertas “almas simples”. Los curas son para todos, dicen; debe haber universalismo y demás cosas. Sin duda es cierto; es cierto, pero… La universalidad no puede ni debe ser una suerte de pretender “quedar bien con Dios y con el diablo”, obviamente. La universalidad, al estilo de Jesús, comienza con su actitud de “pararse en un lugar” al que todos son invitados. Jesús se para del lado de los pobres e invita a todos a sumarse a la mesa; pero hay quienes se niegan a reconocerlos como hermanos, no quieren compartir sus bienes con los pobres, o no aceptan sentarse a la mesa con “publicanos y pecadores”. Los pobres son el lugar que garantiza la universalidad; allí todos son invitados, aunque no todos acepten participar. Una supuesta eclesialidad que se para en el lugar del poder o del dinero ha perdido de raíz la universalidad que proclama. No hay lugar para los pobres en la mesa de los ricos.

Ese es y queremos que sea nuestro “lugar” como curas. El disenso, y hasta el conflicto a veces, es propio de la Iglesia. Una mirada a la historia lo señala con frecuencia y hasta con naturalidad.

Una última nota a estos elementos sueltos: la profecía es otro elemento “propio” de la Iglesia. Es característico de Lucas en su Evangelio presentar a Jesús como profeta, y luego, en su segunda obra, los Hechos de los Apóstoles, destacar desde el comienzo que la Iglesia es profética (Hch 2,17). También Pablo se presenta como tal (Gal 1,15), y los Padres de la Iglesia lo señalan como algo propio del bautizado, como lo reafirmará la Iglesia en su tradición y su liturgia en el momento de la unción bautismal. Uno de los elementos característicos del profetismo es el envío del espíritu para que el “llamado” pueda desempeñar su misión. La tarea es difícil, y la suerte de los profetas no fue grata en su inmensa mayoría de las veces, pero lo que señala la Escritura es que lo que cuenta es el encargo divino y los destinatarios, no el mediador (“no digas, Jer 1,7). Algo semejante se plantea Pablo al destacar “Ay de mi si no evangelizo” (1 Cor 9,16).

Evangelizar se trata de “anunciar buenas noticias”, y la Buena noticia para el ciego es que podrá ver, para el leproso que será limpiado, y para el pobre es que dejará de serlo. Otra “buena noticia” no es tal, es ilusoria y corre el riesgo de ser “opio del pueblo”. Pero, precisamente los que no aceptan sentarse en la mesa de los pobres, los que no aceptan reconocerlos como hermanos son los que amenazan la vida de los profetas (“¿a qué profeta no mataron sus padres?, Hch 7,52), o – en nuestro caso – los que quisieran ver fuera la Iglesia a los curas opp. ¡De fidelidad al Evangelio, y no al aplauso, se trata!



Dibujo tomado de Hermanos Maristas

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