sábado, 9 de diciembre de 2017

La humanidad de Dios ante el dolor

La humanidad de Dios ante el dolor


Eduardo de la Serna



Como es obvio, al hablar de Dios, la Biblia lo “imagina” como muy parecido a los humanos. Es un Dios que siente, que se enoja, se calma, tiene ojos y manos, y sobre todo, un Dios que ama.

Acordando con Pascal que hay una enorme diferencia entre el Dios de los filósofos y “el Dios de Abraham, Isaac y Jacob” y más aún con el Dios de Jesús, es notable la dificultad que han tenido muchos teólogos (o quizás más filósofos, aunque no lo sepan) para teologizar el amor de Dios. Pero el Dios de la Biblia es tan distinto que hasta se permite afirmar – en una de las escasas “definiciones” – que “Dios es amor” (1 Juan 4,8). Sin duda, decir esto implica un Dios que “no puede” estar solo: el amor supone siempre un/a otro/a. Y no debe entenderse esto como una referencia intratrinitaria (tema que la carta de Juan no manifiesta conocer). El amor de Dios es a sus “amigos”. La fidelidad / lealtad de Dios es también un tema frecuente en la Biblia (Deuteronomio 7,9), es fiel y “llama a la comunión con su Hijo” (1 Corintios 1,9). Dios ama y es fiel.

Pero ese Dios “de amor y fidelidad” (así se lo menciona 17 veces en los Salmos) no es un ser “paternalista” o un Dios que hace todo y ante el que nos toca ser simples y pasivos espectadores del teatro de la historia. Veamos brevemente un elemento conocido:

Los sufrimientos de Israel en Egipto (sin duda un elemento programático en su constitución como pueblo) llegan a los oídos de Dios. Pero se trata de sufrimientos causados. “La esclavitud” y los malos tratos son los que provocan el “clamor” que conmueve a Dios (Éxodo 2,23-24). Pero del mismo modo, esos maltratos habían conmovido antes a Moisés que viendo a un egipcio que golpeaba a un hermano salió en su defensa matando al agresor (Éxodo 2,11-12). Cuando Dios se conmueve ante el dolor de sus amigos actúa “suscitando”, en este caso a uno que “siente-como-siente-Dios”. El verbo “suscitar” tiene casi exclusivamente a Dios como sujeto (qwm, en hifil, es decir “causal”, Dios levanta). Se traduce al griego por “anístemi”: Dios levanta a alguien con un fin específico en favor de su pueblo. Es cierto que no siempre el “levantado” es alguien sensible como era el caso de Moisés. El rey Ciro – por ejemplo – fue “tomado” para ser instrumento liberador de Dios ante la opresión babilónica, es reflejo del ejército divino que es “suscitado” en favor de Israel (Isaías 45,1.13).

Esto permite dar un paso más: ante el dolor de sus amigos, Dios interviene; pero no lo hace enviando rayos del cielo – ese es Zeus, no Yahvé – sino “suscitando”. Moviendo y con-moviendo.

El Dios de la Biblia tiene “entrañas” y se conmueve, siente como sienten sus amigos y su dolor no lo deja tranquilo (ya desde el “clamor” de la sangre [“sangres” en hebreo] de Abel, Génesis 4,10). Actúa. Pero ante el dolor “del/los otro/s”, Dios no obra “milagros a la carta”. Quizás el Dios de los filósofos sea “ilimitado”, pero el Dios amor tiene límites. “El otro” lo limita. Dios “no puede” entrar en el límite que el otro pueda ponerle. Entra sólo donde se le permite la entrada (“si alguno me abre, entraré y cenaremos juntos” dice “el Testigo fiel y veraz” en Apocalipsis 3,20). El Dios limitado se encuentra frente a los otros, las víctimas y los victimarios, los sufrientes y los indiferentes, y “no puede” actuar ante eso, pero sí puede “suscitar”, puede “levantar” a quienes actúen ante el dolor y busquen combatir sus causas. Pero no es sensato que “el / la doliente” pretenda tener el monopolio exclusivo del dolor.

Job se enfrenta a un sufrimiento incomprensible. Su teología no le da respuestas ante su situación. Pero sí puede descubrir que no es el único caso de un inocente que sufre. La situación de los pobres, por ejemplo, le permite ver que hay muchos otros sufrientes, y por sufrimientos causados por quienes “corren los mojones” (24,2). Así podrá ir descubriendo un Dios muy distinto a aquel que la “teología tradicional” ha presentado.

Ante el dolor, entonces, Dios parece invitarnos a “levantar” la mirada y ver otros sufrientes hermanos. Y saber que esa “invitación” de Dios no ha de ser asumir un rol de espectador expectante que aguarda un Júpiter tonante sino la de un Dios-amor que pretende invitarnos a salir hacia otros dolores, otros hermanos. Los límites de Dios son los seres humanos, porque “humano” lo imaginamos. Pero no ha de ser una suerte de “mal de muchos, consuelo de tontos” sino un compromiso militante ante otros dolores, el que – a su vez – nos permite saber de qué lado se encuentra el Dios que ama. El Dios limitado no puede actuar ante el dolor, pero puede iluminar, inspirar, suscitar hermanos/as que caminen juntos/as contribuyendo a aliviar dolores, abrazar dolientes y sentir toda la fuerza de un Dios que levanta a los caídos para que puestos de pie caminen como pueblo de hermanos. Los que – como Dios – tienen entrañas de compasión y misericordia entenderán que entre Júpiter y el Padre de Jesús hay un abismo, y que nada nos asemeja más a éste que un amor que sale al encuentro del dolor y los dolientes.


Dibujo tomado de Jae Santa Fe


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